La mesa del hombre
Rab A. Amselem
Rabí Shimón decía: “Tres hombres que han comido en una mesa sin intercambiar palabras de Torá, han consumido (en realidad) alimentos para ídolos… Pero cuando tres hombres que comen en una mesa pronuncian palabras de la Ley, es como si hubieran comido en la mesa del Omnipresente el Santo, Bendito sea El; pues está escrito (Iejeskel 41:22): ‘Y me dijo: ¡He aquí la mesa que está delante del eterno!’”.
Cuando en la Mishná o en la Barraitá se menciona a Rabí Shimón sin más precisión, se trata siempre de Rabi Shimón bar Iojai. Cuando él vivía, solía decirse: “Bendita la época que ha conocido a un hombre como Rabi Shimón Bar Iojai”.
Rabí Shimón propone una evaluación del comer y beber muy distinta de la de aquellas personas que consideran estas dos actividades como el placer mayor de sus vidas.
¿Quién tenía derecho a comer los alimentos de la mesa Divina? Los Sacerdotes del Templo. No era sólo un derecho para ellos consumir determinadas partes de los animales sacrificados sino también una obligación, una Mitavá. La expiación dependía mucho de lo que hicieran. De igual modo, toda comida en la que se pronunciaran palabras de Torá se convierte en una Seudá Mitzvá (comida de carácter religioso), pues no tiene por única función la de alimentar el cuerpo, sino pretende mantener el contacto entre nuestra mente y las verdades que nos han sido reveladas por Di’s. Por ejemplo, las mesas de nuestros banquetes de bodas, por muy llenas que estén de ricos manjares, nunca serán aborrecibles porque significan que estamos glorificando un precepto Divino. La comida más sencilla se convierte también en una ofrenda a Di’s si la conversación que la sigue hace referencia a la Torá, pues está escrito (Iejeskel 41:22); “Y me dijo; he aquí la mesa que está delante del Eterno”. En conclusión, si tres personas cuya obligación es esperarse mutuamente para decir la bendición después de la comida, consiguen “sentarse en la mesa de Di’s” cuando intercambian palabras de la Ley durante la pausa de la sobremesa, con más razón lo conseguirán dos personas, si a pesar de no tener la obligación de esperarse la una a la otra, pertenecen sentadas para hablar de la Torá; y también lo conseguirá un individuo solo, si tras haber comido, dedica un momento a la meditación.
Las comidas tomadas en común, sobre todo las familiares, pueden tener un gran valor instructivo si se organizan como es debido. En efecto, con motivo de esta actividad diaria, los hijos tienen la obligación de dar las gracias a su generoso Donador, antes y después de consumir los alimentos. Además, el padre, que suele disponer de muy poco tiempo para los suyos, tiene entonces la oportunidad de mencionar las enseñanzas de la Ley y de hacer repetir a sus hijos todo lo que han aprendido de sus maestros. De esta manera, la mesa se convierte en un lugar Sagrado, en un altar en el que ofrendar a Di’s.