Rab David Perets
22 de diciembre de 2019
A través de la historia, nuestro Pueblo ha sobrellevado muchas guerras sin que se realice una conmemoración de cada una de ellas; sin embargo, de la batalla entre nosotros y los griegos surge la celebración de una fiesta, Janucá.
La gran diferencia que existió entre esta guerra y las demás emerge en su esencia, que no se basaba en una destrucción física sino más bien ideológica, y es por esta razón que recordamos este milagro.
Si nos fijamos en los decretos establecidos por los griegos y por la forma que actuaron hacia nosotros, podemos darnos cuenta que ellos se enfocaron en prohibirnos aquellos mandamientos cuya realización no es lógica. Por ejemplo, ellos no se determinaron en privarnos de cumplir preceptos que posiblemente ellos también cumplían como “No Robarás”, “No Matarás” o “Amarás a tu Prójimo como a ti mismo”, pues para ellos tener un culto sí era algo importante. Sin embargo, ellos impidieron que cumpliéramos la mitzvá de Rosh Jódesh, precepto que no necesariamente es visto como algo representativo de nuestra fe y mucho menos un concepto lógico a realizar para la mente humana.
Además, los griegos, al entrar a las bodegas de aceite, su propósito no fue destruirlas, sino tocar botella a botella, miles de ellas, para impurificarlas y que no estuvieran aptas para nuestro uso.
Los griegos eran la mayor potencia del mundo en esa época. Personas pensantes, filosóficas, llenos de sabiduría, que incluso tradujeron la Torá para estudiarla y aprender de ella, pero escogiendo lo que a su punto de vista era racional. Ellos no entendían por qué si ellos estaban bañados y limpios, lo que llegaban a tocar, a nuestro parecer, estaba “sucio” y prohibido para su uso.
Igualmente, se les dificultaba comprender la idea de Rosh Jódesh como un día especial si no se hacía nada significativo a su llegada.
Y, es justamente esta idea la que es contraria a nuestro credo. El judío obedece la Torá no por lo que a su juicio entienda o le parezca que tiene o no que realizar. Si fuera así, cada quien tomaría lo que quisiera y crearía individualmente su propia religión.
El concepto de la Torá es anular nuestro pensamiento ante la ideología divina, aceptando Su palabra como ley, y unificándonos como Pueblo como lo fue al momento de recibir la Torá cuando expresamos “Naasé Venishmá” – “Haremos y escucharemos” (Shemot 24:7). Estamos dispuestos a acatar todo lo que venga de D”s para luego entonces, entender lo que esté en nuestra facultad.
Esta noción de perpetuidad e integridad de nuestros mandamientos es la que brinda la fuerza y la existencia eterna al Pueblo Judío, a diferencia de todas las otras religiones cuya filosofía cambia dependiendo de las épocas y las circunstancias.
Nuestros sabios dijeron que quien reniega un precepto de la Torá es como si la renegara completa. Puede parecernos fuerte esta declaración, ya que puede suceder que la persona no entienda un mandato, sin que necesariamente renuncie a todo.
Lo que ocurre es que si la persona objeta a un mandamiento, demuestra que lo que hace no lo realiza por obedecer la voluntad de D”s, sino que lo cumple por lo que al él le parece, y si cada uno se comporta de esta manera entonces no estamos ubicados dentro de la misma religión. La grandeza de nuestro pueblo en el Monte de Sinai al aceptar con los ojos cerrados Sus mitzvot fue lo que nos convirtió en el pueblo elegido de D”s.
Los griegos nos quisieron atacar por nuestro punto más sensible. Su estrategia fue burlar de cierta forma la lógica humana para hacernos tambalear en cuanto a nuestra creencia. Ellos no usaron los aceites ni los quemaron, simplemente los tocaron. Ellos quisieron que nosotros titubeáramos pensando ¿eso que tiene de malo si están completos? ¿por qué no usarlos?
De la misma forma, actuaron en cuanto a la prohibición del cumplimiento de Shabat. ¿Acaso si cocinas algo en Shabat no lo disfrutarás más? ¿Qué placer vas a obtener de estar encerrado sin poder prender luz o usar el celular?
Los griegos trataron de cambiarle el sentido a nuestra fe, y cualquiera hubiera podido caer.
D”s quiso que recordáramos este acontecimiento, porque esta guerra se iba a repetir a través de las generaciones.
Al celebrar Janucá podemos entender la profundidad de nuestra religión, ya que por medio de la aceptación y comprensión de lo que verdaderamente nos define es que vamos a seguir saliendo triunfantes a las dudas que a lo largo del tiempo van a ir surgiendo, manteniendo nuestras bases firmes, nuestra fe y la permanencia de nuestra expresión de “Naasé VeNishmá” con la misma fuerza y seguridad que hace 3332 años con total entusiasmo afirmamos.
¡Janucá Meboréjet!
(El árbol de la vida)