Sivan Rahav Meir
16 de octubre de 2020
Cierta vez el educador Hanan Porat publicó un libro basado en la correspondencia entre el Anat, una residente de Tel Aviv.
En una de las cartas Anat menciona un poema que ella escribió titulado “Vivir”. En él, ella expresa su deseo de: “no vivir la vida de manera adecuada y tranquila. De conocer lo bello y lo feo. De moverse entre la alegría y la tristeza, entre la decepción y la esperanza, de cruzar los campos del amor y del odio, de conocer el mundo de abajo y el de arriba, de darle a su alma la oportunidad de subir a los cielos y bajar a las profundidades del infierno, ¡simplemente vivir!!”.
Este pareciera ser un maravilloso deseo de un alma curiosa, pero en respuesta a ello Hanan contestó así: “En tu poema hay un anhelo de abrazar todo, probar de todo, lo bueno y lo malo, ya que de otra manera perderías -D-s no lo quiera-inclusive una de las experiencias de una vida plena. Pero a tu poema le falta una experiencia fundamental de la vida: le falta la experiencia del más grande e increíble desafío que encuentra el hombre a cada día y a cada hora, y ésta es la experiencia de escoger entre el bien y el mal, entre el amor y el odio, entre el mundo superior y el mundo inferior.
En esta elección hay una fuerza increíble que no se encuentra en ningún otro lado. Esta elección no puede incluir dos opuestos al mismo tiempo.
La razón de vivir una vida desde el punto de vista de la Torá no es el hacer un esfuerzo de pasar, como lo hace una mariposa, de una flor a otra, tratar de encontrar la miel en cada flor buena y el veneno en las flores malas también, sino más bien está en reunir las fuerzas para ponernos límites. Como está escrito: ‘¿quién es fuerte? El que domina su inclinación al mal.’
Esta es precisamente la prueba con la cual se encontró Adam en el Jardín del Edén, en la parashá de Bereshit. Fue llamado a emplear su libre albedrio y escoger no comer de un árbol del Jardín del Edén y el falló. Desde entonces y hasta nuestros días nosotros debemos reparar su error”.