Sivan Rahav-Meir

29 de octubre de 2020

Zefi El-Gabish es un consejero escolar que me envió el siguiente mensaje: 

“No puedo creer lo que me ha pasado. Cierra los ojos e intenta recordar un momento en el que has pasado un tiempo largo con tus hijos pequeños. Te vuelven loco. Una y otra vez lograste ser paciente y mantener la cordura, pero esta vez decidiste largar todo lo que sentías. Entonces hoy, en medio de una reunión de consejeros por Zoom en la cual se hablaba de cómo se debería manejar la situación en el colegio con sensibilidad, decidí decir a mis hijos todo lo que siento respecto a los problemas que están causando en casa. Grité y me enojé, pero olvidé silenciar el micrófono del Zoom. Así que no sólo mis hijos pequeños escucharon los gritos, también mis colegas del colegio lo hicieron. Solamente cuando el supervisor me pidió que silenciara el micrófono entendí la magnitud de lo que había sucedido. En medio del seminario donde se discutía cómo mantener la paciencia con nuestros hijos y alumnos, hice todo lo contrario.”

¿Cuál es la lección? Somos humanos. Esta es una lección muy importante, sobre todo durante la época del coronavirus, en la cual caemos y nos levantamos cien veces por día. La diferencia entre lo que dice la teoría y lo que ocurre en la realidad es la esencia de la vida. Nuestro objetivo como humanos es convertir los valores en los que creemos en hechos. Ojalá. Si me dio vergüenza que los de afuera escuchen mi comportamiento dentro de casa, entonces no debería comportarme así dentro de casa. Pero luego de sucedido, entendí que todo lo que hablamos sobre contención y amor hay que aplicarlo a uno mismo y no juzgarse.