Sivan Rahav Meir
Esta semana se cerró oficialmente en Israel el último Departamento del coronavirus. Escuché esta noticia en Israel, mientras descargaba cajas de Nueva York, cajas que se habían embalado durante la epidemia.
Cuando fuimos en una misión a Nueva York, me llevé algunos libros. Uno de ellos era un pequeño libro de Salmos con tres palabras grabadas con letras doradas: “Por todas tus oraciones, Amén”. Lo recibí de Gidi Gov, cuando habíamos terminado de presentar juntos el programa matutino de Keshet. Gidi no sabía qué regalarme. Su esposa, la difunta Anat Gov, había sido quien le había recomendado grabar estas tres palabras, en color dorado, en un libro de Salmos color marrón. Al entregarme el libro con torpeza, Gidi me había preguntado si estaba bien haber hecho tal dedicatoria, y yo me había emocionado. El libro me ha acompañado durante años, incluso en misiones en Nueva York, también cuando comenzó la epidemia.
Recuerdo cuando anunciaron allí, en Nueva York, un día de oración al empezar el brote del coronavirus. Llevé el libro de Salmos al “Ohel”, a la tumba del Rebe de Lubavitch, para orar, pero no me dejaron entrar. El distanciamiento social había comenzado. Alguien con una máscara en la cara, algo que parecía extraño en aquel momento, trató de arreglar los espacios entre las personas y nos pidió que todos nos paráramos afuera.
A los pocos días ya estábamos en un avión rumbo a Israel. Todo había cambiado para peor, y de manera rápida. En Nueva York se registraban unas mil muertes por día. Las ambulancias evacuaban a los muertos de la ciudad por la noche. No quedaba lugar para los hospitalizados en los muchos centros médicos. El mundo declaró un cierre y se congeló. Hicimos las maletas en unas pocas horas y dejamos atrás la biblioteca.
Nuestros vecinos, la Dra. Ilana y el Dr. Roni Kastner, dos médicos del vecindario de Five Towns, se ofrecieron como voluntarios para encargarse de la casa. Nos despedimos de todos manteniendo la distancia, saludando, sin tocar, y ellos entraron a la casa a empacar todo lo que quedaba. Su ático albergó estas cajas durante tres años.
La semana pasada llegamos allí, para terminar el proyecto. El primer libro que me llamó la atención, en la primera caja que abrí, fue el libro de los Salmos de Anat y Gidi Gov. “Por todas sus oraciones, Amén”. La última vez que había rezado con este libro había sido con preocupación, cuando una misteriosa epidemia amenazaba al mundo entero. Esta semana leí el famoso Salmo 100, “Un Salmo de agradecimiento”. Hace tiempo hemos olvidado el coronavirus y hemos seguido adelante, pero con las últimas noticias sobre el fin oficial del virus, podemos detenernos por un momento y dar las gracias.