1 de agosto de 2019
(Tashema.es) El Jafetz Jaim dice que leer cualquier fragmento de la Mishná o la Guemará sin entender lo que se está leyendo no tiene ningún valor, a diferencia de cuando se lee el rollo de la Torá en público o se hace Tefilá en lashón hakodesh, lo que tiene un valor inimaginable incluso sin entender lo que se esté diciendo. La razón es que la esencia del estudio es razonar y comprender la información contenida en el texto que tenemos delante. Según ello, no está tan claro por qué la tradición fue tan escrupulosa en conservar intactas las palabras del Talmud y considerarlo el único “texto madre” del estudio de la tradición oral. ¿Por qué las palabras del Talmud son conservadas con tanto celo como si estuvieran dotadas de alguna divinidad, poder o magia, cuando estas son simplemente el canal para transmitirme el conocimiento oral contenido en ellas? Si todo el punto del estudio de la Torá es entender la información alojada en el texto, ¡por qué no podemos extraer dicha información y reescribir esas mismas ideas y conceptos en español, idish, turco o quechua, y que de ahí en más ese pase a ser nuestro “texto de cabecera” para estudiar Guemará! De hecho, ya tenemos el Talmud en español. ¿Por qué si uno quiere estudiar Torá no puede “independizarse” y cortar definitivamente el lazo con ese “texto madre” original del Talmud en arameo?
Una vez un niño le preguntó a su padre cómo son las sardinas. Inmediatamente su padre le trajo una lata y se la abrió. El niño, examinando el contenido con algo de confusión, preguntó: – Pero ¿cómo ven las sardinas? – Con los ojos —respondió el padre—. – Y ¿cómo comen? – Con la boca obviamente… – ¡Pero no tienen ojos ni boca! – Bueno, es que cuando las enlatan les quitan la cabeza. – ¿Y dónde están las patas? – ¡Avi! Las sardinas no tienen patas… ¡Son peces! – ¿¿Peces?? ¡Y por qué no tienen aletas! – Es que para enlatarlas también se las quitan… El hombre, notando cierto desconcierto en la cara de su hijo, le dijo: – ¡Oye! ¿Qué tal si vamos juntos a pescar? ¡Te mostraré una sardina real! Después de una hora de viaje y ya instalados junto a la orilla del mar, de pronto el padre gritó: – ¡Mira esa mancha blanca avanzando en el agua! ¡Son sardinas! La primera sardina no tardó en picar. Tras ser arrojada en la pecera, Avi se inclinó y la tomó en sus manos para examinarla: el cuerpo era esbelto y alargado, y tenía los lados de azul brillante, el vientre blanco plateado y las aletas gris oscuro. Se veía demasiado distinta a las sardinas de la lata que habían abierto en la casa. Viendo la satisfacción del pequeño Avi, el padre le dijo: – ¡Ey! ¡Ahora sí que sabes cómo se ve una sardina! – Papá: Por mejor que lo explicaras, nunca habría entendido cómo es una sardina sin venir al mar.
La Torá es más vasta que el océano. ¿Cómo consiguió permanecer intacta tras las tribulaciones del exilio y todos los embates de nuestra turbulenta historia? Al igual que con las sardinas, para conservar la sabiduría de la Torá oral a través de los siglos fue necesario “encapsularla” en las palabras de la Mishná y el Talmud. De igual modo en que para conservar el sabor de las sardinas hay que quitarles la cabeza, las tripas y las aletas, lo mismo la sabiduría de la Torá: no se podía conservar en su versión “fresca”. A fin de cristalizar este plan fue necesaria la extraordinaria capacidad intelectual de los antiguos sabios y —obviamente— un nivel de “siata dishmaia” (asistencia divina) definitivamente fuera de lo común. Tal es la razón por la que, al abrir una hoja del Talmud, uno literalmente se topa con “sabiduría encapsulada”, como en la historia de Avi, quien no podía imaginarse cómo son las sardinas abriendo una lata. Cada palabra del Talmud es una preciosa lata de sardinas. Contiene la síntesis y el “guion” de lo que nuestros padres investigaron, debatieron, esclarecieron y revelaron durante el exilio de Babel. Estudiar la anatomía de una sardina viendo el interior de una lata es demasiado difícil. Mejor vamos al mar… Lo mismo el Talmud. No podemos quedarnos con ese libro “codificado”. De hecho, tampoco podríamos entenderlo usando un diccionario que nos revelara el significado de cada palabra. Estamos obligados a ir al “mar”. Ese mar no es otra cosa que la palabra viva de un Rabino que nos enseñe y explique qué significan esos términos y oraciones que entretejen cada hoja del Talmud. El Tashema es exactamente ese shiur del Rab llevado a un formato escrito. Pero este shiur nos trasmite apenas el “pshat”, el sentido más básico y elemental de la Guemará, que es la idea general contenida en esa hoja del Talmud y comúnmente aceptada por todos los Jajamím. En otras palabras, el shiur en español del Rabino nos transmite el “qué dice” esa hoja de Guemará, y no tanto el “por qué”, el “cómo” o el “para qué”. Es vital tener presente que, más allá de este entendimiento del “pshat” que nos proporciona el shiur escrito de Tashema en español, hay un océano inmenso de entendimientos alternativos y profundas enseñanzas, todas milagrosamente contenidas en las palabras del Talmud. Pero hay más. Quien desee retener lo que haya aprendido en el shiur que oyó del Rav, obviamente necesitará repasar lo estudiado. Todo el que tiene experiencia en el estudio sabe bien que el texto del Talmud es el formato más claro, simple y sintético para repasar un shiur que acaba de oír o para reevocar cualquier tema que alguna vez estudió en el pasado.
Ahora está claro en qué consiste el poder de las palabras del Talmud. Cada una de ellas es la “lata” perfecta que conserva la sabiduría de la Torá oral tal cual nos fue trasmitida en el monte de Sinaí. Esas palabras —específicamente ésas y no otras— son las que nos ayudan a profundizar, a evocar y a conservar en nosotros las enseñanzas de nuestros jajamím que duermen “enlatadas” en cada hoja del Talmud.