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The New York Times ignoró la Shoá

The New York Times ignoró la Shoá

Rab Yosef Bitton

23 de abril de 2020

¿Religión mosaica o pueblo judío? 

Varias veces escribí sobre el problema de concebir al judaísmo como una “religión”, en lugar de entenderlo como lo que une al pueblo judío: Sus leyes. Su historia. Su tierra. La diferencia entre “religión judía” y “pueblo judío” puede parecer un simple y superfluo juego de palabras. Pero cuando entendemos el origen de esta distinción, y especialmente sus terribles consecuencias, podremos apreciar mejor su magnitud.

La diferenciación entre pueblo judío y religión judía comenzó a principios del siglo 19 en Europa Occidental, cuando estimulados con la idea de la emancipación, los primeros judíos reformistas renunciaron deliberadamente a cualquier idea que los pudiera relacionar con la tierra de Israel, elemento fundamental de nuestra Torá. Los rabinos reformistas de esa época renunciaron explícita y abiertamente a la idea de un Mesías que los llevara de regreso a Israel y a la idea de reconstruir el Bet haMikdash o a rezar por el retorno a Yerushalayim, o llorar por su destrucción. Todos estos conceptos que hacen al aspecto nacional del judaísmo fueron deliberadamente eliminados de los libros de oraciones y del nuevo ritual reformista. La idea era muy clara: los judíos reformistas se presentaban ahora como franceses o alemanes “patriotas”, como parte integral de los países europeos que habitaban. Y como un gesto indiscutible de lealtad hacia sus nuevas “patrias” renunciaban abiertamente a todo lo que podría ser percibido como una expresión de doble lealtad y se desconectaban deliberadamente del resto del pueblo judío. Los primeros reformistas se llamaban a sí mismos orgullosamente “alemanes” de “credo mosaico” (trataban de usar lo menos posible la palabra “judío” o “religión judía”). Pretendían así compararse con otros grupos religiosos, como católicos o protestantes que no tenían ninguna otra lealtad alternativa, ni nacional, ni geográfica.

El libelo de sangre de Damasco

Las nefastas consecuencias de este aparentemente inocente cambio de paradigma no tardaron en llegar. Un ejemplo: En 1840 hubo un terrible libelo de sangre en Damasco, Siria. La comunidad judía de esa ciudad fue acusada ridículamente de haber matado a un niño cristiano para usar su sangre para amasar las Matsot de Pésaj (¡sic!). Varios líderes comunitarios fueron encarcelados, torturados y obligados a confesar este falso crimen. Los líderes judíos de Europa, como Sir Moises Montefiore de Londres, Adolphe Crémieux de Francia, Eliyahu Picciotto de Austria, y muchos otros movieron cielo y tierra para ayudar a liberar a estos pobres judíos, y luego de una inagotable lucha lograron sacarlos de la cárcel. Hubo una excepción a estos esfuerzos: Abraham Geiger, el líder más importante de los judíos reformadores de Alemania. Geiger, considerado por muchos historiadores como el fundador del movimiento reformista, se negó a ayudar a esos Yehudim, porque él era un “alemán” de religión mosaica, y no tenía nada en común con esos “árabes”. Esto no tenía nada que ver con Sefaradí o Ashkenazí. Geiger se veía a sí mismo como perteneciente al pueblo “Alemán”, y para él, en consecuencia, no existía un vínculo nacional (o emocional) con ningún otro judío, fuera de Alemania. El hecho que esos judíos sirios practicasen el mismo credo que él, era totalmente circunstancial y secundario. El rabino Geiger no les debía nada. Geiger seguramente no fue el primer judío que se negó a ayudar a otros judíos. Pero hasta donde yo sé, fue el primer líder religioso que utilizó este nuevo argumento: la renuncia a la idea de pueblo judío, en favor de la idea de “religión”, para desconectarse de la tierra de Israel y del resto del pueblo judío. En su ingenua imaginación, su apatía y su indiferencia hacia otros judíos lo ayudaría a ser percibido por los ciudadanos alemanes como un alemán más: autentico, patriota y sin dobles lealtades.

La desinformación y su costo 

Pero ¿qué tiene que ver esto con la Shoah y con el New York Times?

Lamentablemente, muchísimo. Esta dolorosa historia no es muy conocida, especialmente fuera de los EE. UU. pero es una lección muy importante y creo que relevante para nuestros días, donde la información y la desinformación tienen tanto poder.

Entre 1939 y 1945 había alrededor de 5 millones de judíos viviendo en los EE. UU. Muchos de ellos muy influyentes en el gobierno y en la cultura del país. Sin embargo, fue muy poco lo que los judíos norteamericanos prominentes hicieron para influir en Franklin D. Roosevelt y salvar así a sus hermanos de Europa, cuando éstos más lo necesitaban. Los judíos de Europa pedían desesperadamente que el ejército norteamericano bombardease las vías de los trenes que llevaban a millones de judíos a la muerte, o que bombardearan los campos de concentración. Y como sabemos, nada de esto pasó… hasta que fue demasiado tarde.

El silencio complice 

¿Pero por qué? Una de las razones para explicar esta falta de acción y este silencio ensordecedor en respuesta a los gritos interminables es que la gran mayoría de los judíos estadounidenses (y no judíos) no sabían lo que estaba sucediendo: no tenían idea de la magnitud de la masacre que estaba ocurriendo en el suelo europeo… ¿Cómo sucedió esto? Un libro llamado “Enterrado por The Times” por Laurel Leff, explica este enigma. Leff concluye que el principal responsable de esta desinformación deliberada fue uno de los hombres más influyentes en los Estados Unidos en ese momento: Arthur Hays Sulzberger, editor en jefe y propietario del New York Times (su familia aún es propietaria de este periódico), el más importante periódico en el mundo. En la década de 1940, el New York Times, especialmente, no sólo era el periódico más importante del mundo, sino también el periódico “líder”; en el sentido de que miles de otros periódicos y noticieros en los Estados Unidos y en todo el mundo obtuvieron su información del Times y siguieron su liderazgo (esto, obviamente, está cambiando en el mundo moderno de los medios de comunicación).

Cuando la sangre de tu hermano grita desde las cenizas

Veamos algunos ejemplos que ilustran la actitud parcial del New York Times al informar sobre las atrocidades que ocurren en Europa.

Un artículo del New York Times del 2 de julio de 1942 informa del asesinato de 700,000 judíos, una quinta parte de toda la población judía de Polonia. El artículo menciona campos de concentración y cámaras de gas. El artículo también dice: “Niños en orfanatos, ancianos en hospicios, enfermos en hospitales y mujeres fueron asesinados en las calles. En muchos lugares, los judíos fueron detenidos y deportados a destinos no revelados o masacrados en bosques cercanos”. El artículo continúa enumerando cuántos judíos habían sido asesinados en cada provincia, y luego dice que “la masacre aún continúa en Lwow”. Sin embargo, el público estadounidense ignoraba en gran medida la magnitud de lo que estaba sucediendo. Y ésta es la razón. Estas noticias fueron enterradas deliberadamente en el medio del periódico. Este artículo del 2 de julio de 1942 apareció en la página 6 bajo un pequeño subtítulo reservado para material insignificante.

Otro artículo del 27 de junio de 1942 que describe la misma masacre como “probablemente la mayor masacre en masa de la historia”, estaba en la página 5 y ¡ni siquiera llevaba un título independiente! Esta horrible indiferencia a la Shoah no se produjo porque la portada del periódico estaba llena de noticias trascendentales. El día que apareció esta horrible historia enterrada en el New York Times, la portada presentaba artículos sobre zapatillas de tenis y fruta enlatada. Entonces nos preguntamos nuevamente ¿por qué?

Nada mas peligroso que la ingenuidad

La respuesta es: Arthur Hays Sulzberger. Sulzberger era el dueño y editor del New York Times. ¡Y lo más sorprendente es que era judío!

Sulzberger declaraba que no sentía ninguna conexión ni religiosa ni emocional con la masa de judíos europeos que estaban siendo asesinados. Parecía que, por lo contrario, hacia lo imposible para desentenderse de ellos e ignorarlos.

Sulzberger escribió lo siguiente:

“No hay un denominador común entre el pobre y desafortunado judío conducido [a la muerte] en Polonia y… yo. Ciertamente, en Polonia, este judío es parte de una minoría perseguida… afortunadamente, yo no estoy en esa categoría”.

Según Leslie Leff, autora de “Buried by the Times” (“Enterrados por el NY Times”) que denuncia el silencio de Sulzberger, la falta de empatía y la tendenciosidad de Sulzberger hacia los judíos europeos se debió a su ideología reformista. El abuelo político de Sulzberger, Isaac Wise, fue el fundador del movimiento reformista judío en EE. UU. En esos tiempos el judaísmo reformista promovía la idea de que los judíos no son una nación ni un pueblo, sino simplemente seguidores de un credo. 

Sulzberger era un judío asimilacionista: Para él los judíos no son un pueblo, de la misma manera que los católicos o los protestantes no son un pueblo. En diciembre de 1942, en una nota al personal del New York Times escribió: “He estado tratando de instruir a la gente de mi periódico sobre el tema de la palabra ‘judíos’; que no son una raza ni un pueblo, etc.” El ex periodista del New York Times Ari Goldman, en su reseña del libro de Leff, escribe: “No cabe duda de que los puntos de vista de Sulzberger sobre el judaísmo influyeron en lo que hizo desde su periódico”.

En su horrorosa ingenuidad, que debe haber costado millones de vidas judías, Sulzberger pensaba que era él el que estaba escribiendo la historia de acuerdo a sus caprichos “liberales”.

¿Quién estaba escribiendo la historia? 

Pero la historia la estaba escribiendo Adolf Hitler, י”ש, y para Hitler no había diferencia entre Sulzberger y los pobres judíos de Europa…  Hitler sabía muy bien que los judíos somos un pueblo.

Una y otra vez estos puntos de vista de Sulzberger se reflejan en los editoriales del New York Times, en los que la difícil situación de los judíos no se menciona, sino que se ignora deliberadamente.

Sobre los niños refugiados alemanes, casi todos ellos judíos, el New York Times generalizó: “[esos niños] son de cualquier raza y credo”.

Sobre el régimen de Hitler, el New York Times escribió: “Es la decencia y la justicia las que están siendo perseguidas [por Hitler], no una raza, ni una nacionalidad, ni una fe”.

Sobre los millones de refugiados judíos, el New York Times dijo: “No tienen nada que ver con una raza o credo específico. No es un problema judío o gentil”.

Y notablemente en una editorial sobre el levantamiento del Gueto de Varsovia en 1943 el New york Times ¡no menciona a los judíos en absoluto!

“Los judíos de Europa”, concluye Leff, “no tuvieron ningún abogado defensor en la sala de redacción del New York Times”.

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