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El médico judío que en el siglo XVIII le dio el “visto bueno” al tomate

El médico judío que en el siglo XVIII le dio el “visto bueno” al tomate

Daniela Cohen

Foto: Pixabay

De no haber sido por este notable médico judío nacido en Londres y que atendió, entre otros, a la hijastra de George Washington, posiblemente hoy no disfrutaríamos de la pizza tal cual la conocemos ni de las pastas con salsa de tomates

John deSequeyra nació en una familia de médicos y estaba claro que ese era también su destino. Pero este londinense será recordado para siempre no por salvar vidas sino como el hombre que le dio el “visto bueno” al uso del tomate como alimento

El hijo del medio del médico Abraham de Sequeira -un miembro notable de la sinagoga Bevis Marks en Londres, la más antigua de Gran Bretaña-, John llegó a este mundo en 1712 en la capital británica.

Su familia, de origen hispano-portugués, era conocida por su linaje de médicos de los reyes y las reinas en las cortes de Madrid y Lisboa. Sin embargo, después de estudiar medicina, John, también llamado Johannes de Sigueyra o Iohannes Disiqueyra, partió al Nuevo Mundo.

Así fue que, en 1745, se instaló en Williamsburg, en la entonces colonia norteamericana de Virginia. Según la Encyclopedia of Southern Jewish Communities, al parecer había un solo judío residente permanente de la ciudad: el joven John.

“Se desempeñó como médico personal de personas prominentes en Virginia, incluido el gobernador colonial Lord Botetourt y Martha Parke Curtis, hijastra de George Washington“, señala la enciclopedia.

Foto: Un retrato del médico londinense, por William Derring (Imagen: CC)

Su actividad no se limitaba a atender a sus pacientes: el inmigrante inglés -que era además epidemiólogo y tenía conocimientos de lo que hoy es la psicología- llevó un registro anual de las enfermedades más comunes en la zona y controlaba la expansión y el alcance de los brotes de sarampión.

Evidentemente, era complicado para el médico mantener una vida de costumbres judías. “De Sequeyra fue identificado en la comunidad como judío y no se desvinculó del judaísmo”, apunta la enciclopedia.

El padre de este médico de origen sefaradí era miembro de la sinagoga más antigua de Gran Bretaña

De Sequeyra será recordado como el médico judío sefaradí que atendía a la familia de Washington y que fue el director del primer asilo para enfermedades mentales de las trece colonias norteamericanas, un puesto que ocupó hasta poco antes de morir, en 1795.

Pero, más que nada, el médico pasó a la posteridad “culinaria” gracias a sus conocimientos de horticultura, que lo llevaron a apreciar adecuadamente los valores nutritivos del tomate y a definir la distancia que lo separaba de sus parientes venenosos de la familia de las solanáceas, como la belladona.

Como se sabe, el tomate es un fruto americano que, por ejemplo, era muy apreciado por los aztecas ya en el año 700 de la era común, y al que llamaban “tomatl”, su nombre en la lengua náhuatl.

Foto: Waldemar Brandt/Unsplash

Algunos historiadores dicen que fue Hernán Cortés quien llevó la novedad del tomate a Europa, pero con intenciones de difundirlo como una planta ornamental, no como una fuente de alimentos.

Desde aquel momento, el tomate inició un recorrido imposible de seguir por países de Europa y de Asia, pero sin llegar a instalarse como un fruto comestible aceptado por las masas.

De hecho, según explica un artículo de la revista del museo Smithsonian, al tomate se lo llegó a conocer como la “manzana venenosa”, y circulaban algunos relatos sobre aristócratas que se intoxicaron y murieron a causa de sus frutos.

En América, solamente los esclavos traídos del África sabían cómo apreciar el tomate.

“Pero la verdad del asunto era que los europeos ricos usaban platos de peltre, que tenían un alto contenido de plomo”, explica el artículo de la investigadora K. Annabelle Smith.

“Debido a que los tomates tienen un alto contenido de acidez -agrega-, cuando se colocan en esta vajilla la fruta filtraría el plomo del plato, lo que provocaría muchas muertes por envenenamiento” a causa de ese metal, que completaba la aleación del peltre con estaño, cobre y antimonio.

Foto: El diplomático e intelectual israelí Abba Eban en 1969, cuando era ministro de Exteriores (Foto: Fritz Cohen/GPO)

Y si bien este tipo de problemas causaron la mala fama que aquejó al tomate durante un par de siglos en Europa, el fruto fue bien adoptado en países cálidos, en particular en Asia y en África.

Por ello, en América, los trabajadores africanos traídos a la fuerza por el terrible comercio de esclavos sabían que con el tomate -despreciado por los colonos blancos- se podía producir una buena comida.

De alguna manera, ese conocimiento pasó al huerto del doctor De Sequeira, quien confirmó las excelentes virtudes del tomate e impulsó su consumo.

Su palabra era tan calificada que el propio Thomas Jefferson, un vecino de Virginia que se convertiría en el tercer presidente de Estados Unidos y que se enorgullecía de contar con muchos amigos de origen portugués en América, atribuyó la introducción del tomate en Virginia al médico londinense.

El trabajo de De Sequeyra fue reconocido por Thomas Jefferson. Y, muchas décadas después, por Abba Eban

Varias décadas más tarde, otro notable político mencionó a De Sequeyra, aunque con otro de sus nombres conocidos.

En efecto, en su libro “Mi pueblo: La historia de los judíos”, el más famoso de los diplomáticos israelíes, Abba Eban, les dijo a sus lectores que “pueden estar agradecidos con el doctor Siccary, quien en 1773 demostró que los tomates eran seguros para comer”.

Foto: Una pizza Margherita con los colores de la bandera de Italia, incluyendo el rojo tomate (Foto: Amirali Mirhashemian/Unsplash)

Para muchos expertos, el trabajo de divulgación de De Sequeyra -y de otros anteriores, como William Salmon- logró que el tomate fuera aceptado, primero en América y luego, finalmente, en Europa.

Para 1889, el fruto ya era un elemento fundamental en la dieta de varios países europeos, entre ellos Italia. Fue en junio de ese año que el “pizzaiolo” Raffaele Esposito creó la pizza Margherita, en honor de la reina italiana.

En su taberna en Nápoles, Esposito diseñó la pizza más famosa del mundo con tres elementos que evocan los colores de la bandera de Italia: la mozzarella para el blanco, albahaca para el verde y, para el rojo, ese fruto que “resucitó” el único residente judío de Williamsburg en la época colonial.

(Siglos después, la historia de los judíos y de los tomates volvería a unirse, en Israel, con la creación de la variedad cherry.

(Israel económico)

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