Sivan Rahav Meir
Solo tres personas hablaron ayer en el funeral del rabino Jaim Kanievsky. Hablaron directamente al público ultra-ortodoxo, pero hubieron algunos mensajes educativos y humanos que sería una pena que otros se los perdieran. Aquí están:
El Rav Yitzchak Zilberstein mencionó que el Rav Kanievsky no nació siendo un genio. Simplemente volvía a lo que había aprendido una y otra vez, desde muy joven. El niño Jaim invirtió, trabajó y se esforzó, y así se convirtió en “Rav Jaim”, un hombre que probablemente conocía la Torá mejor que todos nosotros en esta generación. No naces siendo Rav Kanievsky, te conviertes en uno y eso es cierto en todos los campos.
El camino principal hacia tal excelencia es aprovechar el tiempo. El Rav Zilberstein explicó cómo cuando miles de personas comenzaron a acudir a él para ser bendecidas a cada semana, el Rav Kanievsky comenzó a decirles a cada uno de ellos en pocas palabras, “B-Ha” (Braja veHatzlaja)-, siglas de bendición y éxito. Y así, la bendición misma transmitió otro mensaje: sobre la importancia de cada segundo, de acuerdo con él.
Su hijo, el rabino Shlomo Kanievsky, conmovió con las historias personales sobre los juegos de la infancia con el padre sabio y reveló pequeños detalles sobre la relación entre su padre y su difunta esposa, Batsheva. Durante años ambos se levantaban al amanecer y decían juntos las bendiciones del alba que abren el día. Él decía bendición tras bendición y ella respondía Amén, luego ella decía las bendiciones y él respondía después de ella una y otra vez Amén.
Ayer el hijo contó que cada vez que su padre llegaba a casa al mediodía, tenía cuidado de no almorzar sin que su esposa estuviera a su lado. Si ella aún no había llegado y estuviera sentada a su lado en la mesa, él no empezaba a comer. Y si ella demoraba, aunque fuera por un minuto y medio, él, por supuesto, mientras tanto abría un libro y estudiaba, hasta que ella llegaba. Ellos nunca salieron a algún hotel de vacaciones y nunca fueron a alguna cafetería, pero almorzar juntos era el tiempo de calidad especial para ellos.
El Rav Gershon Edelstein repitió dos palabras que caracterizaron al fallecido las cuales conviene aprender de él: “Autocrítica”. La incesante búsqueda de mejorar y reparar. Uno debe pensar constantemente en cómo comportarse mejor con los demás, cómo aprender mejor, cómo ser esposo y padre y vecino y mejor amigo.
Para no caer en la rutina y desarrollar la autocrítica, uno necesita estudiar Torá y moralidad (recomendó que todos busquen un libro que les interese, que incida para bien) porque el objetivo en la vida no es fluir, sino crecer, no es pasar el tiempo, sino renovarse y florecer constantemente. Dice, que esta es también la verdadera manera de ser feliz.
Fue bastante sorprendente escuchar ayer a un hombre de 98 años llorar a su amigo de 94 años de esta manera.