Hubo un tiempo en que consumíamos todas nuestras comidas directamente de la naturaleza. Cierto, nuestros esfuerzos fueron grandiosos, pero comimos mucho más sano. Hoy, gracias al desarrollo de la civilización moderna, hemos logrado crear máquinas, construir edificios y establecer una forma de vida más conveniente; sin embargo, nuestros hábitos nutricionales y nuestros niveles de actividad han disminuido significativamente. Desafortunadamente, cada vez más personas en la sociedad occidental se han acostumbrado a los alimentos procesados y comercializados, que están lejos de lo que el cuerpo necesita para mantenerse sano y en buen funcionamiento.
Antiguamente, el menú diario se basaba en materias primas como el pan, la leche y el queso. De hecho, los avances tecnológicos ofrecen una plétora de opciones de comida rápida, sin embargo, el procesamiento de alimentos congelados implica la pérdida de nutrientes esenciales como vitaminas y minerales. Aunque la comida rápida proporciona al cuerpo energía inmediata, no lo hace durante un período de tiempo prolongado. Además, se inyectan aditivos en los alimentos para prolongar su vida útil y mejorar sus sabores y aromas, pero ¿qué pasa con nuestras propias vidas? Cuanto más larga es la vida útil de un producto, menos valor nutricional contiene y más perjudicial es para nuestra salud.
No podemos volver a los días de la caza y la recolección, pero si consumimos alimentos menos comercializados y aumentamos nuestra ingesta de alimentos naturales, obtendremos una ganancia limpia que se depositará en nuestras cuentas de salud y disminuiremos nuestras posibilidades de desarrollar enfermedades típicas del mundo de la era ‘instantánea’ como: obesidad, diabetes, presión arterial alta, ataques cardíacos, cáncer, osteoporosis y más. Este es el precio que debemos pagar para vivir una vida moderna desprovista del trabajo físico tradicional.
¿Entonces, qué debemos hacer?
Aquí hay una lista básica que ayudará a controlar los alimentos que comemos.
Reducir el consumo de azúcar: sacarosa, fructosa, dextrosa, glucosa, jarabe de malta, jarabe de maíz, miel, azúcar moreno, jarabe de arce, melaza y miel de dátiles; todos los alimentos que contienen estos azúcares deben evitarse. Los efectos negativos del azúcar son numerosos y bien conocidos; comienza con daños en el mecanismo de la insulina y termina con enfermedades en el corazón y el hígado. También puede causar adicción que puede conducir a la obesidad y otros problemas.
Reduzca el consumo de glutamato monosódico: es cierto que esto mejora el sabor de los alimentos al hacerlos más salados, sin embargo, las investigaciones muestran que existe una relación directa entre el glutamato monosódico y la capacidad de concentrarse. Además, la Administración de Drogas y Alimentos de EE. UU. advirtió que existe un cierto porcentaje de la población que es más sensible a este ingrediente y, por lo tanto, es más propensa a desarrollar diversas alergias al entrar en contacto con él.
Preste atención a la letra ‘E’: cada aditivo que tiene la letra E adjunta tiene una cantidad máxima que debe consumir. Cualquier desviación de esta cantidad puede causar problemas digestivos como: Dolor de estómago, flatulencia y diarrea.
Reduzca la ingesta de sodio: una cucharadita de sal es la ingesta diaria recomendada de sodio. La mayor parte del sodio que consumimos proviene de los alimentos comercializados que comemos y no de la sal que agregamos. Es muy recomendable comprobar la información nutricional de cada producto y asegurarse de que no contiene más de 400 gramos de sodio por cada 100 gramos. Recuerde que el sodio no perdona y el consumo excesivo puede provocar enfermedades cardíacas, presión arterial alta, esclerosis múltiple y muchas otras enfermedades y problemas de salud. En conclusión, es mejor consumir alimentos que estén más cerca de su forma natural. Esto sólo beneficiará al cuerpo a largo plazo.