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¿Qué hay en un “nombre”?

¿Qué hay en un “nombre”?

Heather Johnston

Foto: Un mapa del antiguo Israel y Judea. Crédito de la foto: Richardprins vía Wikimedia Commons.

El nombre “Cisjordania” evoca visiones de una región compleja y polémica de Oriente Medio. A medida que se acerca la confirmación de la nominación de Mike Huckabee como embajador en Israel y cobra protagonismo su punto de vista cristiano, sin complejos, el debate sobre el nombre en sí es cada vez mayor. Ha llegado el momento de retomar los verdaderos nombres históricos y bíblicos de Judea y Samaria, nombres que reflejan la profunda conexión milenaria entre el pueblo judío y su patria ancestral.

El mes pasado, el presidente del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, Brian Mast, instruyó al personal del comité que se refiriera a la zona como Judea y Samaria en los documentos y comunicaciones oficiales. Mast afirmó que el Congreso debería “reconocer el legítimo derecho de Israel a ser la cuna de la civilización judía”. Y tiene razón.

La región se ha llamado Judea y Samaria desde que Josué lideró a los israelitas. Judea fue el antiguo reino de los judíos, una parte central de la historia y la identidad judías. El rey David nació allí, al igual que Jesús. Samaria también fue una región integral del antiguo Israel. Estos nombres no son meros términos geográficos; tienen un gran peso cultural, histórico y religioso.

Por otro lado, el término “Cisjordania” se inventó en el siglo XX. Es un concepto artificial, acuñado para describir la orilla occidental del río Jordán después de que Jordania atacara a Israel en la Guerra de Independencia de 1948 y se anexionara la zona en 1950. Formó parte de un esfuerzo intencional por redefinir la región en términos desconectados de la identidad judía, reforzando la narrativa de que la tierra carecía de presencia judía histórica.

Pero Judea y el judaísmo están inextricablemente unidos.

La denominación de “Cisjordania” ha sido adoptada por organismos internacionales y actores políticos que buscan deslegitimar la soberanía judía en la región, alimentando la percepción de que la tierra pertenece a otros, en lugar del pueblo judío que ha mantenido una presencia ininterrumpida allí durante miles de años.

Aunque muchas personas usan el término con inocencia, por costumbre o porque así lo han oído, otras lo usan a propósito. Dado que el lenguaje condiciona nuestro pensamiento, un nombre que desvincula a los judíos de su tierra podría tener un impacto muy negativo en las políticas. Por lo tanto, es imperativo transmitir un mensaje correcto.

Recientemente, la representante Claudia Tenney (RN.Y.) lanzó el Caucus de Amigos de Judea y Samaria para concienciar sobre la importancia histórica, estratégica y cultural de la región tanto para Israel como para Estados Unidos. En una carta al presidente Donald Trump, los miembros del caucus escribieron : “Judea y Samaria constituyen el corazón bíblico judeocristiano, donde se desarrolló más del 80 % de la Torá y el Antiguo Testamento. Esta región es el corazón de nuestra herencia judeocristiana compartida”.

En sus respectivas Cámaras del Congreso, el representante Tenney y el senador Tom Cotton (republicano por Arkansas) presentaron la “Ley de Reconocimiento de Judea y Samaria”, que establece que el gobierno estadounidense “ya no debería utilizar el término ‘Cisjordania’ en sus documentos oficiales” y, en su lugar, esa zona debería ser referida por “sus nombres históricos de ‘Judea y Samaria’”.

Esto va mucho más allá de una simple postura política. Tampoco es una proclamación destinada a aprobar o rechazar ninguna política en particular. Recuperar los nombres de Judea y Samaria es un paso necesario para restaurar la autenticidad de la narrativa que rodea a la región. La conexión del pueblo judío con estas tierras no depende de los caprichos de la geopolítica moderna; es un vínculo ancestral y profundamente arraigado que se ha mantenido a través de siglos de dificultades.

Algunos argumentan que usar los nombres de Judea y Samaria dificultará el logro de la paz. Se equivocan. La verdadera paz no puede construirse sobre una historia falsa. Reconocer los nombres legítimos de Judea y Samaria es un paso hacia el fomento de un diálogo más honesto y genuino sobre el futuro de la región. La conexión del pueblo judío con Judea y Samaria no es negociable, y cualquier proceso de paz que ignore esta verdad fundamental está condenado al fracaso.

El nombre “Cisjordania” ha sido durante mucho tiempo una herramienta de manipulación política diseñada para romper el vínculo entre el pueblo judío y su tierra. Es hora de pasar página y restaurar los nombres de Judea y Samaria, el corazón de la patria judía. Honremos el pasado y aseguremos un futuro donde la paz se pueda construir sobre la base de la verdad.

*Fundadora y directora ejecutiva de la Asociación de Educación de Israel en Estados Unidos).

(JNS)

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