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¿Dónde están los chicos?

¿Dónde están los chicos?

Rab Ezequiel Zaed

Una mamá camina con su pequeña hija por el supermercado, están haciendo compras para las próximas semanas. El lugar es muy grande y concurrido. Van de un pasillo al otro y la niña está aferrada al carrito de compras. De vez en cuando, ve algo que le genera curiosidad y se suelta del carrito para acercarse aún más a aquello que llamó su atención. Su mamá le pide por favor que no se suelte porque se puede perder, pero también ella se encuentra distraída con las compras. En un momento, la madre toma de unos de los estantes un producto y lo coloca en el changuito. Al hacerlo se da cuenta de que su hija una vez más se soltó. Se da vuelta para buscarla, pero no la encuentra. Comienza a sentir una gran desesperación que se diluye después de 3 minutos, cuando con alivio la encuentra en el pasillo de los útiles escolares observando con detenimiento el nuevo modelo de cartuchera que quiere que le compren.

– ¿Dónde estabas? ¿No te dije que no te sueltes? ¡Me asusté mucho! ¡Por favor no te sueltes más que es muy peligroso!

No existe nada que los padres queramos en este mundo más que a nuestros hijos. Una de las situaciones más desesperantes es no saber dónde están. Lo que para un ajeno puede parecer un dato irrisorio -sólo fueron tres minutos-, para los padres es quedarnos sin aire, es dejar todo de lado, nada importa hasta que aparezcan.

A medida que nuestros hijos van creciendo, comienzan a tener más autonomía y ahí va a depender del estilo de relación y la personalidad de los padres como de los propios hijos, ver hasta qué punto los “sueltan” o están muy encima. De todas formas, los padres queremos saber qué están haciendo, con quién están, a qué dedican su tiempo libre.

Una de las dificultades de esta generación es que no es comparable con aquella en la que fuimos niños. Ésta es una gran trampa ya que para educar y criar a nuestros hijos utilizamos parámetros de nuestra niñez y adolescencia y las aplicamos con ellos.

Cuando éramos chicos nuestros padres solían estar atentos cuando salíamos de casa, pero cuando volvíamos bajaban la guardia. Sabían que ya estábamos a resguardo.

Fin de semana, va a salir con sus amigos. ¿A dónde vas? ¿Con quién vas? ¿A qué hora vuelves? ¿Cómo hago para ubicarte por cualquier cosa? ¡Abrígate! ¿Cómo regresan? ¡Voy a estar esperándote despierta! Y otros mil comentarios o preguntas de este estilo acompañaron nuestro crecimiento. En el momento que pasábamos el umbral de la puerta de casa, volvían a relajarse papá y mamá. ¿Qué más seguro que casa?

Hoy en día, cuando nuestro hijo llega a casa, se encierra en su habitación, se saca las zapatillas, se tumba en su cama y desde allí y sin abrir siquiera la puerta, vuelve a salir a otro mundo. Un mundo que los padres no conocemos. Un mundo en el cual suceden la mayoría de las cosas que más les importan a nuestros hijos.

Lo más delicado de todo esto es que mientras sucede, no hay nadie buscando al hijo porque los padres no son conscientes de que no saben dónde está. ¿Cómo que no sé dónde está? ¡Está en su pieza, en su cama! Y si abres la puerta (si no cerró con llave) efectivamente su cuerpo está ahí, pero, aunque parezca mentira, donde menos está es ahí.

Se sumerge de un momento a otro en las redes con sus amistades o con desconocidos. Aun cuando están jugando lo hacen en red con amigos o con desconocidos.

Uno de los motivos que hace que no entendamos lo suficiente el problema, es que nos cuesta pensar que le dan al celular un uso distinto al que le damos nosotros. Efectivamente, cuando utilizamos nuestro celular o jugamos con la Play Station de nuestros hijos, lo solemos hacer con códigos de adultos. Sin jugar o sin chatear con quien no conocemos, sin siquiera sentirnos atraídos por esa posibilidad. Entonces pensamos que eso mismo están haciendo ellos cuando están jugando. Es eso, es simple, están jugando mientras, como mucho, charlan con sus amigos.

Pero debemos tomar conciencia por el bien de nuestros hijos que esto no es así y que hay una realidad paralela que sucede en nuestros ojos pero que no estamos entrenados para percibirla.

Cuando están en las redes no sabemos dónde están. Pueden estar viendo imágenes que dañen su sano desarrollo. Pueden estar pidiendo plata prestada para poder apostar. Pueden estar siendo acosados por alguien. Pueden estar acosando a alguien. Pueden estar siendo objeto de alguna extorsión o manipulación. Puede haber alguien del otro lado exigiéndole que envíe imágenes que no quieren mandar, o datos que no quieren compartir, pero que no se animan a negarse por diferentes motivos que a su edad y en su entorno social son de alta relevancia.

Es cierto que luego se sientan a la mesa con la familia a almorzar y no parece que todo esto esté sucediendo, no hay ningún indicio que permita pensar que hay un problema serio que atender. Pero muchas veces está pasando mientras ni lo percibimos, ya que a nadie le gusta mostrar sus debilidades y los adolescentes suelen hablar con sus padres con monosílabos y no suelen abrir sus corazones y emociones a sus progenitores. Sin un diálogo profundo.

Desde mi lugar como padre y como educador noto que hay algo más que suma otra dificultad a todo esto. Es el hecho de que antes los cambios generacionales llevaban más tiempo. No pasaban tantas cosas nuevas tan seguido. De modo de que, si ya habías comprendido las reglas de juego con tu hijo mayor, eso solía servirte para todos tus hijos (considerando las diferencias lógicas que existen entre ellos ya que cada uno es único).

Pero hoy en día las reglas de juego de un hijo no son las mismas que con las del otro, aunque se lleven tan sólo dos o tres años. Porque el mundo que los rodea a los hijos más chicos es distinto al que asediaba al mayor. Hay nuevas aplicaciones de moda, hay nuevos filtros para generar imágenes engañosas, hay Inteligencia Artificial cada vez más sofisticada, etc. Todo esto hace que debamos actualizarnos todo el tiempo y no relajarnos. Mientras escribo estas líneas hay alguien pensando cómo atrapar en las redes a nuestros hijos. Y todo lo que aprendimos hasta ayer, hoy puede quedar totalmente obsoleto.

Por eso debemos poner manos a la obra, prestar mucha atención y ayudar a nuestros hijos sin hacer la vista gorda como si estuviera todo bajo control.

Claro que hay que saber hacerlo ya que no podemos ahogarlos con nuestra presencia y hostigamiento ya que lograríamos el efecto contrario. Se aislarían más y no tendrían en quién confiar.

Existen diferentes cosas que podemos hacer para poder ayudarlos y acompañarlos en su niñez y adolescencia. Pero aquí yo sólo nombraré las tres cosas que considero las más importantes:

1) Procurar que el clima en casa sea armonioso y de diálogo.

De ese modo crearás un espacio propicio para que, si hubiera algo que le está pasando, lo pueda hablar con los que más lo quieren y no busque por fuera o siga ocultando dentro de sí mismo aquello que lo preocupa. Esto no es automático y no es suficiente con la sola voluntad. Es necesario dedicar tiempo y esfuerzo para que se genere ese clima.

Por la noche, que es cuando solemos juntarnos en casa, aunque estemos cansados y agotados de todo el día, es importante empezar. No es necesario dedicar mucho tiempo para esto. Aunque si es fundamental tenerlo en cuenta con creatividad.

Podemos dejar los celulares y charlar (si no logras que tu hijo deje el suyo, no importa, tú deja el tuyo y educa con el ejemplo), puedes contar alguna anécdota graciosa que te pasó en el día y compartirla, pueden jugar de vez en cuando a algún juego de corta duración pero que logre sacar sonrisas.

Quizás se puede sumar la tecnología para ver juntos algo cortito que los haga reír, se puede compartir fotos, darles lugar en decisiones del hogar y mostrarles que nos importa su opinión, valorar lo bueno que podamos destacar en relación con alguna conducta de ellos. Éstos son solo algunos ejemplos, pero seguro el lector de estas líneas tendrá otras que sepa aplicar en su contexto familiar.

Por lo general, podemos destacar que no existe persona alguna que no le guste recibir amor, cariño y respeto. Si le mostramos a nuestros hijos que de verdad nos importa lo que tengan para contarnos (que no lo hacemos como un simple trámite) y que dejamos de lado por unos minutos todo lo que tengamos que hacer y los escuchamos con atención y mirándolos a los ojos, estaremos en la dirección correcta.

2) Pedir consejos a expertos cuando no sabemos cómo actuar.

Ser padres no nos convierte en sabelotodos. La humildad de dirigirse a alguien a pedir ayuda puede que haga la diferencia entre simplemente intervenir torpemente, o lanzar un verdadero salvavidas.

Hoy en día, por los motivos antes explicados, aun los más experimentados, van aprendiendo todo el tiempo ya que los cambios son muy bruscos y los desafíos son constantes. Pero sin dudas hay personas que nos pueden dar una mano y si, además, nos conocen y nos quieren de verdad, es muy probable que tengan palabras sabias para dedicarnos.

Es muy importante ayudarse con un consejo porque tiene la ventaja de la visión lateral ya que quien lo ve desde “afuera”, desde otro ángulo, muchas veces tiene observaciones que desde adentro no se ven y ese aporte puede ser fundamental.

No quiero dejar de destacar la condición ineludible de dialogar con la pareja con altura y madurez respecto a los conflictos de los hijos. No discutir con faltas de respeto, no levantar la voz, no “sobrar” la opinión del otro es indispensable para que baje un mensaje unificado a nuestros hijos. Ellos siempre van a notar cuando es una imposición de uno de ellos o cuando proviene de la armonía y el amor que sienten por él. Además, si transmitimos un mensaje claro que proviene de los dos progenitores (aún si solo uno fuera en encargado de transmitirlo) éste llegará a destino con mucha más aceptación ya que el amor se transmitirá en las palabras y en los gestos. Nuestros sabios nos enseñaron que las palabras que salen del corazón llegan al corazón.

3) Tomar conciencia de este flagelo ya que, queramos o no, esto está pasando.

Puse esta condición en tercer lugar sólo para cerrar con este concepto, pero sin dudas es el más importante. Si no tomamos conciencia y no asumimos nuestro rol, las consecuencias pueden ser muy lamentables.

Pero no todo está perdido. La Torá nos enseña que Hashem no nos pone en desafíos que no podamos superar. Eso significa que está a nuestro alcance brindar las respuestas necesarias a los retos que tenemos por delante. Claro que eso no significa que se pueda lograr sin esfuerzo y dedicación. ¿Y alguno conoce una finalidad mejor para dedicar esfuerzo, tiempo y esmero que valga la pena más que nuestros hijos? Hacer por ellos por demás (si es que esto es posible) es algo de lo que no nos arrepentiremos. Sin embargo, no haber hecho lo suficiente puede transformarse en una de decisión que no nos perdonaremos jamás.

La satisfacción de ver a los hijos bien encaminados es inigualable y todo lo que hagamos al respecto será el tiempo mejor invertido de nuestras vidas.

¿Dónde están los chicos? Aunque estén al lado nuestro, no lo sabemos.

*El autor es Director de la escuela Toratenu.

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