Rabino Moshe Hauer, zt”l

Un ambiente en el que las personas hablan mal unas de otras se vuelve un hervidero de tensión, desconfianza y toxicidad. De hecho, el exilio original del pueblo judío se produjo debido a la tensión entre Yosef y sus hermanos, y a las críticas de Yosef hacia ellos ante su padre. Moshé posteriormente atribuiría la esclavitud del pueblo judío a sus fallas en este mismo aspecto del lenguaje tóxico (véase Rashi a Shemot 2:14 ).

Sin embargo, cuando nos reencontramos con Yosef más adelante en su vida, su comportamiento cambió por completo. Un Midrash (Pesikta Rabbati 3) llega incluso a decir que Yosef evitó estar a solas con su padre durante los 17 años que vivieron juntos en Egipto para no tener que responder a sus preguntas sobre lo ocurrido entre él y sus hermanos. De hecho, casi nunca hablaba mal de nada, con la notable excepción de su queja al mayordomo y al panadero sobre su encarcelamiento.

¿Cómo logró Yosef cambiar tan drásticamente?

En Egipto, como atestigua claramente la Torá, Yosef desarrolló la capacidad de ver la mano Divina en todo. Esto le permitió ver y expresar lo bueno de su situación, y cómo incluso las dificultades que experimentó lo posicionaban para salvar a su familia. Para él, todo era bueno, por lo que tenía poca motivación o impulso para hablar mal de su situación o de los demás.

Esta idea se expresa en los versículos cruciales (Tehilim 34) que nos disuaden de hablar mal de los demás: “¿Quién desea la vida, amando cada día ver el bien? Guarda tu lengua del mal y tus labios de hablar engaño, apártate del mal y haz el bien, busca la paz y síguela”. Es realmente difícil evitar dejar salir la negatividad y la amargura que puedan residir en nuestro interior. Sin embargo, si podemos seguir el camino de Yosef y permitir que nuestra fe en Di’s guíe nuestra perspectiva, podremos lograr transformar nuestra perspectiva y, por lo tanto, nuestras palabras para reflejar positividad y dulzura, creando un ambiente hermoso a nuestro alrededor.