25 de noviembre de 2019
Tras años de rumores, filtraciones, debates acremente politizados y demoras interminables, el fiscal general de Israel, Avishai Mandelbilt, anunció finalmente que el primer ministro Netanyahu será procesado por soborno, fraude y abuso de confianza en tres causas separadas, lo que ha desatado el entusiasmo entre sus detractores e indignado a sus seguidores, por lo que consideran un proceso injusto. Por otro lado, todo el mundo anda preguntándose cómo impactará este panorama inaudito en el confuso marasmo político que tiene a Israel sin Gobierno y al borde de su tercer proceso electoral en un solo año.
El procesamiento de Netanyahu está generando previsibles comparaciones con los afanes demócratas para destituir al gran aliado de Netanyahu, el presidente Trump.
En ambos casos, un líder conservador está siendo sometido a persecución por corrupción, según sus enemigos, o en un intento apenas velado de criminalizar el disenso político, según sus partidarios. Los detractores de Netanyahu y de Trump creen que las investigaciones sobre sus maneras de proceder son una defensa de la ética, de la fiscalización a los gobernantes y de la propia democracia. Sus seguidores, en cambio, consideran que las acusaciones que se les hacen, aun cuando fueran ciertas, son indignas de investigación judicial por insustanciales y, en cualquier caso, meras excusas para desacreditar a políticos a los que sus rivales no pueden derrotar en las urnas.
Los demócratas dicen que están pidiendo responsabilidades a Trump por la -a su juicio- ilegal manera de proceder del presidente en el caso ucraniano, mientras que los republicanos rebajan la gravedad de las acusaciones y creen que el único objetivo de la investigación para el impeachment es perjudicar a un presidente despreciado por sus rivales en vísperas de la campaña para su reelección. El desacuerdo, pues, no atañe sólo a los hechos; es total.
Lo mismo cabe decir de lo que sucede con Netanyahu. Sus enemigos dicen que las tres causas que se siguen contra el primer ministro son gravísimas. Pero cuesta verlas como otra cosa que acusaciones muy menores que no tendrán recorrido en los tribunales. En una de ellas, Netanyahu es acusado de aceptar costosos regalos -champán, puros–… sin que haya un quid pro quo evidente. Los otros dos tienen que ver con los intentos de Netanyahu por camelar a peces gordos de la comunicación para conseguir una mejor cobertura mediática; en ninguno de ellos tuvo el menor éxito. Pero es que además no hay ninguna ley que prohíba intentar conseguir algo así.
Nadie debería estar por encima de la ley, y es difícil demostrar que quienes están detrás de la persecución judicial contra Netanyahu tienen motivaciones políticas. Sea como fuere, su procesamiento parece efectivamente una maniobra. Parece más un pretexto para perseguir a un individuo determinado que el fruto de una investigación judicial. En cuanto al alborozo de la izquierda israelí, tiene menos que ver con la defensa del imperio de la ley que ver a la Justicia acabar con un enemigo político al que ella jamás ha podido doblegar. Sea como fuere, resulta innegable que todo esto ha perjudicado a Netanyahu en las dos elecciones legislativas celebradas este año.
La diferencia entre los casos de Netanyahu y Trump es que en la Knéset no hay un comité que esté tratando de dar caza al primer ministro. El triple procesamiento ha sido responsabilidad de la Policía y el Ministerio Público israelíes, que han obtenido el respaldo de un fiscal general que en tiempos fue asistente del propio Netanyahu.
Aunque la ley no exige la renuncia de Netanyahu, es francamente difícil imaginar que nadie pueda gobernar teniendo causas judiciales abiertas. Netanyahu no puede esperar una sustanciación de las causas lo suficientemente rápida como para evitarse la destitución por parte del Likud o el rechazo de los electores en la próxima primavera. Así las cosas, lo más probable es que su largo mandato llegue a su fin en estos meses.
En cambio, lo de Trump está siendo esencialmente un proceso político. Una magra mayoría puede someterle a impeachment en la Cámara de Representantes, pero sólo una súper mayoría en el Senado (67 votos) conseguiría removerle efectivamente de la Presidencia. Y dado que no hay acuerdo bipartidista sobre la gravedad o incluso el carácter delictivo de su conducta, Trump seguirá en el cargo con independencia de lo que suceda en la Cámara de Representantes.
La naturaleza de las acusaciones también es muy distinta. A Trump se le acusa de abuso de poder y de mala praxis en el ejercicio de sus funciones. A Netanyahu se le persigue por su conducta particular (aceptar regalos) y por maniobrar políticamente para persuadir a los medios de que le hicieran una cobertura favorable.
En términos objetivos, y aun cuando uno rechace las acusaciones demócratas, los supuestos delitos de Trump serían más graves que los de Netanyahu. Pero el horizonte judicial y político del líder israelí es más oscuro que el del presidente norteamericano, que casi seguro concluirá su mandato y aún tiene razonables chances de ser reelegido, pese al clamor en su contra.
En la raíz de ambas controversias se encuentra una querella política que no se sustanciará con argumentos legales a favor o en contra de uno u otro. Con independencia de lo que se piense sobre ambos, tanto el impeachment contra Trump como el procesamiento de Netanyahu parecen más intentos de influir o someter el proceso político por medios judiciales que un afán por impartir justicia. De hecho, es difícil, por no decir imposible, sostener que los intentos de deponer a ambos no tienen nada que ver con la política.
En la medida en que no consigan un consenso que trascienda las demarcaciones políticas, en vez de aglutinar sólo a quienes anhelan sacarse de encima como sea a Netanyahu y a Trump, ambos desarrollos estarán contaminados y serán vistos como maniobras políticas. Sea cual sea el resultado del impeachment contra Trump y del procesamiento múltiple de Netanyahu, los bandos en danza no aceptarán un resultado que no les satisfaga. Y esto es una tragedia para la democracia tanto en EE. UU. como en Israel.
Fuente: JNS. Por Israel.
© Versión en español: Revista El Medio