Sivan Rahav Meir
Cuentan sobre un rabino al cual se le preguntó qué pensaba de la Revolución Francesa. “Es pronto para saberlo”, respondió, “sólo han pasado unos doscientos años”.
En la era acelerada y frenética en la que vivimos, la porción de la Torá de esta semana incluye un recordatorio importante: El Pueblo de Israel está esperando a Moisés bajo el Monte Sinaí, pero después de unos cuarenta días están perdiendo la paciencia.
El Pueblo no tiene las fuerzas para esperar los Diez Mandamientos, las verdaderas Tablas del Pacto, de allí que se da prisa por hacer un sustituto: el becerro de oro. La raíz del pecado del becerro es la misma impaciencia, el mismo deseo de recibirlo todo aquí y ahora.
El rabino Yaakov Galinsky solía decir que incluso en nuestros días, a veces, “Moshé Rabeinu llega tarde”. La Torá no siempre es inmediatamente accesible, no siempre fácil de captar. Los valores eternos antiguos y profundos no siempre operan a la velocidad de la autopista en que corremos en el día a día. Moshé Rabeinu no siempre es el más ingenioso y actualizado, no tiene brillantes soluciones mágicas. En contraste con el becerro de oro, Moshé no ofrece nada tangible y brillante, sino requiere que las personas pasen por un largo proceso espiritual.
Desde entonces hasta hoy, explica el rabino Galinsky, el Pueblo Judío ha sido criticado por no vivir de acuerdo con el tiempo, por no cambiar y adaptarse rápidamente a lo que el público quiere actualmente.
Y también cada uno de nosotros, a nivel personal, puede mirar a la Parashá y preguntarse: ¿Dónde en mi vida he podido, debido a la impaciencia, elegir un becerro de oro en lugar de los Diez Mandamientos, una solución temporal y falsa, en lugar de la solución larga y correcta?