Rabino Moshe Hauer
Después de un año enormemente difícil, Rosh Hashaná está a la vuelta de la esquina. Damos vuelta la página y comenzamos un nuevo año con nuevas posibilidades, profundamente conscientes de que en este día Hashem determina tanto nuestro destino como nuestra misión para el futuro. Terminamos el año alentados por Su mano casi visible que trae éxito a los heroicos esfuerzos de nuestro amado jayalei Tzahal para proteger a nuestro pueblo y destruir a quienes buscan destruirnos.
Nos acercamos a Rosh Hashaná con esperanza. Durante las últimas siete semanas, comenzando con Shabat Najamú, hemos leído las reconfortantes palabras de Yeshayah. Por más desalentador que parezca nuestro mundo, creemos con absoluta convicción que Di’s no se ha dado por vencido con él y que será sanado y se llenará de paz, bondad y conocimiento de Hashem. La promesa de un futuro mejor es lo que nos otorga el optimismo y la fuerza para pasar Rosh Hashaná rezando por el día en que el pueblo judío sea honrado en lugar de vilipendiado, la tensión en Israel sea reemplazada por simjá l’artzejá v’sasson l’irejá, y los justos se regocijen por lo que ven que sucede en el mundo que los rodea.
Nos acercamos a Rosh Hashaná con determinación, sabiendo que el camino hacia la redención es muy accidentado y que para llegar a ese mundo mejor debemos navegar e incluso aceptar los desafíos que enfrentamos en el camino. Antes de pasar página con esperanza por un nuevo año, consideramos shana u’kileloteha, el sufrimiento y la alienación del año pasado, la última iteración de las inquietantes advertencias que leemos de la Torá en anticipación de Rosh Hashaná. Sabemos que hasta que alcancemos el final feliz de Hakadosh Baruj Hu matzileinu mi’yadam, hay trabajo por hacer para enfrentar estos desafíos con la dignidad, determinación y compasión que nos hacen dignos de Su promesa.
Y nos acercamos al mishpat le Elokei Yaakov de Rosh Hashaná como una nación, un pueblo, una familia unida por lazos inquebrantables.
Nuestro padre original, Abraham, había experimentado una decepción y una pérdida aplastantes en su vida cuando su hijo Ismael tuvo que ser enviado lejos y no pudo seguir siendo parte del pueblo judío eterno. Lo mismo sucedió con Itzjak, que tuvo dos hijos, gemelos, pero su favorito Esav no pudo seguir siendo parte de su familia. Sólo Yaakov tuvo la distinción de que todos sus hijos permanecerían para siempre como parte del pueblo judío. En las palabras de los Sabios, comenzando con los hijos de Yaakov, se aplicó una nueva regla: Israel af al pi she-jata Israel hu, incluso un judío que peca sigue siendo para siempre parte de nuestro pueblo. Es como los hijos de Yaakov que nos presentamos como un solo pueblo, como una familia unida por lazos inquebrantables.
Es por eso que nos presentamos en Rosh Hashaná ante Elokei Yaakov, el Yaakov que nunca abandonó a ninguno de sus hijos a pesar de sus defectos, y el Di’s que nos considera a todos Sus hijos a pesar de nuestros defectos. El que ve en nosotros y en cada miembro de Klal Israel la bondad inherente que hace que nuestro vínculo entre nosotros y con Él sea inquebrantable. Nos presentamos ante el Di’s del pueblo judío verdaderamente eterno, los hijos de Yaakov, la nación que a pesar de sus divisiones internas siempre seguirá siendo una familia.
Nos acercamos a Rosh Hashaná con esperanza y determinación, como una familia unificada fortalecida por nuestro amor mutuo y nuestra creencia completa en un futuro mejor, en un mundo donde las fuerzas del mal se marchitarán y todos se unirán para hacer la voluntad de Hashem b’leivav shalem.
Que todos seamos bendecidos con una ktiva vajatimá tová.
Tajeil shaná ubirjoteha.
*Vicepresidente Ejecutivo OU