Crédito de la foto: Olivier Fitoussi/Flash90.
Fue antes de Rosh Hashaná, hace unos diez años. Estaba en Miluyim (servicio de reserva) y salí de vacaciones a último momento. No tenía ropa ni un lugar donde estar.
Rápidamente llamé a mi Rav, quien me invitó a su casa en el Kibbutz Sde Eliyahu. En el camino, me detuve en Majané Yehúda, donde había una tienda de ropa, un negocio familiar, al que me gustaba acudir.
Antes de entrar a la tienda, fui a sacar dinero de la máquina, ya que la tienda no aceptaba tarjetas de crédito. La máquina no funcionaba y yo tenía poco tiempo. Entré a la tienda y expliqué mi situación, preguntando si podía llevarles el dinero en otro momento.
En la tienda había una mendiga que escuchó mi pedido y me dijo que estaría encantada de darme el dinero. Traté de negarme, pero puso doscientos shekels en mi mano. Le pedí su número para poder devolverle el dinero, pero ella se negó. “Todo es de Hashem Itbaraj (Di’s, que sea bendecido)”, dijo. Traté de darle cambio. “Cómprate algo de comer, necesitarás dinero en el camino. Todo es de Hashem Itbaraj, repitió”.
Sin muchas opciones y aún menos tiempo, compré la ropa, le agradecí a ella y a Hashem, y fui a pasar un Rosh Hashaná edificante, preguntándome si alguna vez la volvería a ver y tendría la oportunidad de retribuirle.
Dos años después, estaba en una gasolinera y oí a una mujer gritar: “¿Alguien tiene dinero para la gasolina?”. Me volví para mirar y allí estaba la misma mendiga que intentaba llenar el tanque. Me acerqué a ella y le di el dinero para la gasolina, que era –esperen– doscientos shekels.
“Te he estado buscando durante dos años”, le dije. Ella comenzó a agradecerme, pero todo lo que dije fue: “¡Todo es de Hashem Itbaraj!”.
(Escuchado de Tslil Kalish)