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La comparación entre Gaza y Auschwitz es un fracaso moral

La comparación entre Gaza y Auschwitz es un fracaso moral

Simone Rodan-Benzaquen

Foto: Los adolescentes británicos colocaron fotografías de rehenes israelíes capturados por Hamás en las vías del tren que conducen a Auschwitz-Birkenau, el tristemente célebre campo de concentración nazi. Foto: JRoots

La pancarta que proclamaba “Palestina: la victoria del pueblo oprimido sobre el sionismo nazi” fue exhibida de manera prominente detrás de los terroristas de Hamás mientras obligaban a la rehén Naama Levy –cuyos pantalones estaban ensangrentados en el momento de su captura– a sonreír con un uniforme militar. El objetivo de esta imagen es claro: “nazificar” a Israel, encubrir los crímenes de Hamás e invertir los papeles de víctimas y opresores. Esta es la esencia de la propaganda del grupo terrorista respaldado por Irán.

Esto no es simplemente un acto de crueldad y humillación; es un mensaje político calculado, diseñado para invertir los roles históricos: Israel como el Tercer Reich moderno y el sionismo como su ideología.

Pero Hamás no es el único que difunde este mensaje. Es parte de una campaña de propaganda antisemita de larga data que ha cobrado renovada fuerza mucho más allá de Gaza.

En los campus universitarios estadounidenses, en los círculos de activistas y en las redes sociales, esta retórica encuentra entusiastas amplificadores: “Los israelíes son nazis”, “Israel es un genocidio”, “Hamás es resistencia”. Organizaciones pseudo de derechos humanos, pseudoantirracistas y pseudofeministas se hacen eco de estos lemas. Al mismo tiempo, estas voces permanecen inquietantemente silenciosas ante las violaciones, asesinatos y secuestros masivos llevados a cabo por Hamás el 7 de octubre. Su hipocresía dice mucho sobre su supuesto compromiso con la justicia y los derechos humanos.

Estas comparaciones no son simplemente erróneas o exageradas; tienen un efecto de doble filo. Por un lado, trivializan las atrocidades nazis al equipararlas con un conflicto contemporáneo, por trágico que sea, que difiere fundamentalmente en propósito y alcance. Por otro, invierten los roles históricos y presentan a los judíos, víctimas de un genocidio sin precedentes, como los opresores de hoy. Este cambio no necesariamente niega el Holocausto por completo, pero distorsiona su significado, lo vacía de su singularidad y lo reutiliza como una herramienta ideológica maleable. El resultado es un ataque a la memoria misma, a su capacidad para prevenir el resurgimiento del odio y, lo más urgente, el creciente antisemitismo que se observa desde el 7 de octubre de 2023.

Las acusaciones de genocidio dirigidas contra Israel no son nuevas. Se remontan a Yasser Arafat y a la propaganda soviética de los años setenta, y cobran fuerza con cada estallido en Gaza. Estas acusaciones se basan en una distorsión deliberada de los hechos históricos. El Holocausto fue una campaña sistemática e industrializada de exterminio, llevada a cabo en secreto para aniquilar a un pueblo entero. Gaza, a pesar de su inmenso sufrimiento y devastación, es el escenario de un conflicto entre un grupo terrorista y un ejército soberano, no de un esfuerzo de exterminio. Comparar Gaza con Auschwitz distorsiona la historia y reduce el Holocausto a una idea vaga y manipulable, socavando su condición de ancla moral universal.

Esta confusión no sólo socava el pasado, sino también el presente. Los mecanismos legales diseñados para prevenir el genocidio pierden su eficacia cuando se utilizan de forma incorrecta. Raphaël Lemkin, que acuñó el término “genocidio”, hizo hincapié en su especificidad: la destrucción deliberada y sistemática de un grupo. Al mezclar los horrores de la guerra asimétrica con el genocidio organizado, desdibujamos la distinción fundamental entre guerra y exterminio. Esta mala aplicación del lenguaje no es sólo una cuestión semántica; es un fracaso moral.

El problema no se limita a los hashtags o los lemas de protesta, sino que alcanza los niveles más altos del discurso político. En 2014, el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan acusó a Israel de “superar a los nazis en su barbarie” durante la Operación Margen Protector. En 2022, Mahmud Abás afirmó que Israel había cometido “cincuenta holocaustos”, e hizo estas declaraciones en Berlín, la misma ciudad donde se planeó meticulosamente el Holocausto.

Estas declaraciones son más que simples adornos retóricos: trivializan el Holocausto y utilizan su memoria como arma contra Israel y, por extensión, contra los judíos de todo el mundo.

¿Por qué esta fijación? Parte de la respuesta reside en un esfuerzo más amplio por reformular los fundamentos morales del orden de posguerra. Durante décadas, el Holocausto sirvió como piedra angular de la ética de posguerra, justificando la creación de Israel y apoyando los derechos humanos universales. Sin embargo, ahora algunos intentan reemplazar este fundamento con un nuevo paradigma: la descolonización. En esta narrativa, Israel ya no es la patria de un pueblo perseguido sino el vestigio final del colonialismo. Esta reformulación rompe la conexión histórica entre el Holocausto y el sionismo, presentando a Israel no como una solución a la historia judía, sino como una anomalía histórica que debe ser rectificada.

Reemplazar el recuerdo del Holocausto por el de otras luchas, incluso las legítimas, plantea una grave amenaza y traiciona el espíritu del “Nunca más”, que se concibió como un llamado universal a la vigilancia, no como un pretexto para la hostilidad contemporánea hacia los judíos. El peligro de sucumbir a esta propaganda no es sólo la traición a la memoria histórica, sino su devastador impacto en el mundo real. El aumento del antisemitismo bajo la apariencia de activismo político amenaza la seguridad de las comunidades judías en todo el mundo y socava los principios universales de justicia y derechos humanos.

Si hay una lección que aprender de los últimos 80 años, es que el antisemitismo sigue estando muy extendido, aunque ahora adopte nuevas formas. La última versión se esconde tras la retórica de los derechos humanos y el anticolonialismo. Israel no es el único objetivo; los judíos de todo el mundo están siendo atacados. A menos que afrontemos esta realidad con claridad y determinación, corremos el riesgo de permitir que la historia se repita.

*Simone Rodan-Benzaquen es la directora de AJC Europa.

(Algemeiner)

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