Dr. Manfred Gerstenfeld
24 de septiembre de 2019
Foto: Placa conmemorativa en Kielce, Polonia, que conmemora a las víctimas del pogromo antisemita de la posguerra, fotografía vía Wikipedia
Las relaciones polaco-israelíes son muy complejas, en vista del comportamiento pasado de Polonia hacia los judíos. Israel debe estar continuamente en alerta para evitar que la historia sea falsificada.
Consideren la ley del Holocausto polaco, modificada nuevamente en el 2018. La ley ha provocado muchas reacciones internacionales. La publicidad resultante ha puesto de manifiesto una renovada atención sobre la participación masiva de polacos en los asesinatos de judíos durante el Holocausto, así como también sobre el persistente antisemitismo reinante en el país tanto antes como después de la guerra.
Muchos detalles han resurgido en los medios de comunicación. El historiador Jan Gross fue ampliamente citado en estos. Este documentó en su libro, Vecinos, la forma en que los judíos de la aldea de Jedwabne fueron quemados hasta morir en un granero por residentes polacos de la ciudad durante el Holocausto. El trabajo del historiador Jan Grabowski, quien enseña en la Universidad de Ottawa, Canadá, también recibió una renovada atención. Él y sus colegas detallaron el asesinato en masa de 200.000 judíos a manos de los polacos durante el Holocausto, confirmando la cifra establecida por el historiador judío polaco Szymon Datner hace unos cincuenta años atrás.
Por primera vez, el Centro Simon Wiesenthal (CSW) publicó un documento del año 1946 dado a conocer públicamente por el Departamento de Estado estadounidense que compara el trato polaco de los judíos con el de los nazis alemanes. El Centro declaró que después de la guerra, muchos judíos prefirieron huir incluso a Alemania en lugar de retornar a Polonia.
El más conocido entre los crímenes antisemitas polacos en los años inmediatamente posteriores a la guerra fue el pogromo de 1946 en la ciudad de Kielce, durante el cual 42 judíos fueron asesinados. En 1968, 13.000 personas de origen judío fueron despojadas de su ciudadanía polaca y expulsadas del país. En ocasión al aniversario de tal purga antisemita en el 2018, el presidente polaco Andrzej Duda ofreció lo que el diario Washington Post llamó “una disculpa sin disculpas”.
Hace ya más de 15 años, entrevisté al entonces director del Instituto Internacional de Investigación del Holocausto en Yad Vashem, el fallecido David Bankier. Este dijo: “La mayoría de las organizaciones clandestinas polacas creían que la Polonia posterior a Hitler sería un país sin judíos… los que quedaban tendrían que abandonar Polonia después de la guerra. Esta opinión fue expresada incluso en la organización Zegota, el consejo de ayuda a los judíos creado por la resistencia polaca. Entre ellos había individuos que ponían en peligro sus propias vidas”.
Bankier comentó que la creencia de que Polonia no era un país donde los judíos deberían vivir reflejaba mucho los sentimientos polacos en ese momento.
Un estudio realizado por la Universidad Bielefeld en el 2011 halló que el 63% de los polacos está de acuerdo con esta declaración: “Lo que el Estado de Israel le hace hoy a los palestinos no es en principio diferente de lo que los nazis le hicieron a los judíos en el Tercer Reich”. El porcentaje fue sustancialmente mayor que en los otros países europeos donde se realizó esta encuesta.
El diplomático polaco Jan Dziedziczak, subdirector de la cancillería polaca, se quejó de un texto en el museo Yad Vashem en donde dice que luego del año 1939, la mayoría de los agentes de la policía polaca retornaron a sus trabajos bajo el gobierno de los ocupantes alemanes. También dice que en 1943, 16.000 policías polacos, algunos armados, sirvieron bajo el mandato de los alemanes.
Yad Vashem afirma que los cuerpos policiales polacos fueron emplazados “a gran escala contra la población judía” y “tenían un papel activo en la vigilancia de los guetos en la Polonia ocupada y en el seguimiento contra judíos que buscaban refugio dentro de la población local luego de escapar de los guetos y de los campos”.
Los cuerpos policiales polacos demostraron “absoluta devoción” hacia las autoridades nazis, según Yad Vashem, “aunque también ocurrieron algunos casos de asistencia a judíos por parte de algunos funcionarios”.
Mientras las autoridades israelíes calibren sus declaraciones y se adhieran a los hechos, estos tendrán un alto nivel moral dentro de los parámetros en la relación polaca-israelí.
La falta de sofisticación, profesionalismo o tacto puede alterar fácilmente la relación. Israel Katz demostró este fracaso poco después de convertirse en canciller israelí en funciones. Citando al ex-primer ministro israelí Yitzhak Shamir, declaró que los polacos se amamantan de antisemitismo con la leche de sus madres.
Katz arruinó lo que pudo haber sido un importante éxito diplomático israelí: una reunión oficial en Israel de los cuatro países Visegrad (la República Checa, Hungría, Polonia y Eslovaquia). Polonia se negó a participar, lo que llevó a que la reunión fuese cancelada. Esto fue un hecho muy lamentable, ya que el Primer Ministro israelí Benjamin Netanyahu trabajó muy duro para mejorar las relaciones con estos países. Las palabras de Katz incluso provocaron una condena al pro-israelí Secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo. Katz hubiera servido a los intereses de su país si se hubiese disculpado por su perjudicial y ofensiva declaración.
Otro israelí que aparentemente no conoce el significado de la palabra calibración es el controvertido historiador de la Universidad Hebrea Daniel Blatman, quien aceptó el ofrecimiento por parte del gobierno polaco de dirigir el Museo del Gueto pautado para ser inaugurado en Varsovia en el año 2023. Blatman atacó duramemente a Yad Vashem en un artículo titulado “Yad Vashem enseña el Holocausto igual a como los países totalitarios enseñan historia”. La escogencia de lo que será representado en el museo y de cómo tales cosas son representadas, puede conducir a conflictos futuros muy serios.
El principal estudioso israelí del Holocausto Yehuda Bauer, ha dicho que el papel de Blatman es aparentemente servir como pretexto judío-israelí del nuevo museo, que cuenta con el apoyo del régimen nacionalista polaco.
El fuerte deseo de muchos polacos de reescribir el pasado de su país natal requiere que Israel anticipe los problemas venideros. Un ejemplo actual es la discusión en Alemania sobre el establecimiento de un monumento en Berlín dedicado a los polacos asesinados durante la ocupación alemana. Las atrocidades alemanas deben ser recordadas – aún más ahora, en vista de los desarrollos contemporáneos en el país. Los judíos deberían ser sensibles a las atrocidades cometidas contra otros grupos, más aún si fueron cometidos simultáneamente por la misma nación que exterminó a sus conciudadanos judíos.
En 1979, el papa “polaco” Juan Pablo II visitó Auschwitz. Allí dijo: “Seis millones de polacos perdieron la vida durante la Segunda Guerra Mundial, una quinta parte de la nación”. Esto fue una frase de síntesis semántica. Tres millones de polacos, a quienes los alemanes veían como inferiores a ellos, fueron asesinados por los alemanes en asesinatos racistas, o para verlo de otra manera el 10% de los polacos. Tres millones de judíos polacos fueron asesinados en una acción masiva de antisemitismo exterminador – más del 90% de la población judía polaca. Los alemanes consideraban a los judíos como seres infrahumanos y los veían como bacterias y alimañas.
El tema de un monumento por las víctimas polacas en Berlín fue en gran medida teórica hasta hace muy poco. Durante una visita a Polonia hace unas semanas, el canciller alemán Heiko Maas se pronunció a favor de construir un monumento conmemorativo alemán para las víctimas polacas del dominio nazi. Este dijo: “Tal monumento recordatorio no es sólo un gesto de reconciliación, también será importante para nosotros los alemanes”.
Si el monumento a las víctimas polacas se materializa en Berlín, Israel y los judíos deberán asegurarse de antemano que no aparezcan textos que distorsionen la historia de lo ocurrido.
Fuente: Por Israel. BESA. El Dr. Manfred Gerstenfeld es Investigador Asociado Sénior en el Centro BESA y ex presidente del Comité Directivo del Centro de Asuntos Públicos de Jerusalén. Este se especializa en las relaciones Israel-Europa occidental junto al tema del antisemitismo y anti-sionismo, y es el autor del libro ‘La guerra de un millón de recortes’.